Las manos
A las siete de la mañana del 23 de setiembre Charlie Fletcher, el más famoso armador de rompecabezas de Lago Grande, fue encontrado sobre una mesa del tercer piso de la Biblioteca Central. ¿Inconsciente? ¿Dormido? ¿Muerto? Nadie lo sabía.
El conserje, quien lo encontró, dijo haberlo visto por última vez, la noche anterior, una hora antes de cerrar las puertas de la biblioteca.
–Cuando lo vi –dijo–, Charlie Fletcher terminaba de armar un rompecabezas con figuras de caballos.
En efecto, a esa hora, Fletcher concluía el rompecabezas Número 125 (Siete caballos pura sangre en frenético galope. 200 piezas. 90x60 cm. Serie Animales) Admitió que la parte inferior había sido la más difícil: diferentes tonalidades cafés que configuraban el brumoso polvo que los caballos levantaban en su marcha.
Los minutos pasaron y luego de algunas llamadas, el detective Granados se hizo presente en el lugar de los hechos para las investigaciones respectivas.
–No toquen nada –ordenó. Y en seguida aplicó la estrategia numero uno de toda investigación: observar, observar, observar.
La mesa en la que yacía Charlie Fletcher estaba colmada de piezas desordenadas y superpuestas del rompecabezas Número 17 que horas antes estuvo armando. (Tres manos de dedos deformes cruzadas entre sí, 500 piezas. 120x90 cm. Serie Cuerpo Humano). Muchas otras, tiradas en el piso, se perdían en un gran charco de sangre, de modo tal, que sólo la esquina superior derecha del rompecabezas estaba armada.
Su largo cuerpo descansaba en una silla. Sus hombros y cabeza, como si de pronto hubiese quedado dormido, se apoyaban en la mesa. Sus manos, metidas en los bolsillos del pantalón, no hacían nada por protegerlo. Y desde allí, con disimulo, chorreaba un hilillo de sangre. Por último, a un costado de la mesa, sobre una silla, tres juegos de rompecabezas esperaban su turno para ser armados.
–Yo conversé con él –dijo el bibliotecario–. Anoche, cuando llegó y empezó con el primer rompecabezas. Dijo que era atravesado por el vuelo de unos pájaros, de 300 piezas y 60x60 centímetros. Contó que a los seis años había armado su primer rompecabezas: un mediocre árbol de 10 piezas; que luego, su interés fue creciendo hasta perderse en rompecabezas de 5000 piezas que por poco lo dejan loco. Y que últimamente se había interesado en armar rompecabezas con figuras de manos, tratando de encontrar en ellos las piezas exactas de sus propias manos.
–¡Claro! –interrumpió Granados–. ¡Eso es!
Los presentes voltearon a mirarlo.
–Señores –continuó–: Tengo la respuesta. Charlie Fletcher no está muerto, está inconsciente; hace un par de horas que viene desangrándose. Pero eso no es lo peor, lo peor es que nunca más volverá a armar rompecabezas.
–¿Cómo? ¿Qué? ¿Por qué? –murmuraron–. No puede ser.
–Simple señores –sentenció Granados–. Charlie Fletcher se ha cortado las manos. Si no lo creen, vean si aún las tiene en sus bolsillos.
Nadie se atrevió. Granados sí, porque sabía que tenía la razón. Sólo él se había dado cuenta que, de los rompecabezas que estaban al costado de la mesa uno tenía la inscripción: Número 1.30 piezas. 90x15 cm. Serie Armas Blancas. Era pues, la figura de una afilada hacha.
A las siete de la mañana del 23 de setiembre Charlie Fletcher, el más famoso armador de rompecabezas de Lago Grande, fue encontrado sobre una mesa del tercer piso de la Biblioteca Central. ¿Inconsciente? ¿Dormido? ¿Muerto? Nadie lo sabía.
El conserje, quien lo encontró, dijo haberlo visto por última vez, la noche anterior, una hora antes de cerrar las puertas de la biblioteca.
–Cuando lo vi –dijo–, Charlie Fletcher terminaba de armar un rompecabezas con figuras de caballos.
En efecto, a esa hora, Fletcher concluía el rompecabezas Número 125 (Siete caballos pura sangre en frenético galope. 200 piezas. 90x60 cm. Serie Animales) Admitió que la parte inferior había sido la más difícil: diferentes tonalidades cafés que configuraban el brumoso polvo que los caballos levantaban en su marcha.
Los minutos pasaron y luego de algunas llamadas, el detective Granados se hizo presente en el lugar de los hechos para las investigaciones respectivas.
–No toquen nada –ordenó. Y en seguida aplicó la estrategia numero uno de toda investigación: observar, observar, observar.
La mesa en la que yacía Charlie Fletcher estaba colmada de piezas desordenadas y superpuestas del rompecabezas Número 17 que horas antes estuvo armando. (Tres manos de dedos deformes cruzadas entre sí, 500 piezas. 120x90 cm. Serie Cuerpo Humano). Muchas otras, tiradas en el piso, se perdían en un gran charco de sangre, de modo tal, que sólo la esquina superior derecha del rompecabezas estaba armada.
Su largo cuerpo descansaba en una silla. Sus hombros y cabeza, como si de pronto hubiese quedado dormido, se apoyaban en la mesa. Sus manos, metidas en los bolsillos del pantalón, no hacían nada por protegerlo. Y desde allí, con disimulo, chorreaba un hilillo de sangre. Por último, a un costado de la mesa, sobre una silla, tres juegos de rompecabezas esperaban su turno para ser armados.
–Yo conversé con él –dijo el bibliotecario–. Anoche, cuando llegó y empezó con el primer rompecabezas. Dijo que era atravesado por el vuelo de unos pájaros, de 300 piezas y 60x60 centímetros. Contó que a los seis años había armado su primer rompecabezas: un mediocre árbol de 10 piezas; que luego, su interés fue creciendo hasta perderse en rompecabezas de 5000 piezas que por poco lo dejan loco. Y que últimamente se había interesado en armar rompecabezas con figuras de manos, tratando de encontrar en ellos las piezas exactas de sus propias manos.
–¡Claro! –interrumpió Granados–. ¡Eso es!
Los presentes voltearon a mirarlo.
–Señores –continuó–: Tengo la respuesta. Charlie Fletcher no está muerto, está inconsciente; hace un par de horas que viene desangrándose. Pero eso no es lo peor, lo peor es que nunca más volverá a armar rompecabezas.
–¿Cómo? ¿Qué? ¿Por qué? –murmuraron–. No puede ser.
–Simple señores –sentenció Granados–. Charlie Fletcher se ha cortado las manos. Si no lo creen, vean si aún las tiene en sus bolsillos.
Nadie se atrevió. Granados sí, porque sabía que tenía la razón. Sólo él se había dado cuenta que, de los rompecabezas que estaban al costado de la mesa uno tenía la inscripción: Número 1.30 piezas. 90x15 cm. Serie Armas Blancas. Era pues, la figura de una afilada hacha.
1 comentario:
No puedo negar que en este narrador se encuentra un poco de renovación.
Me referiré a su novela "Febrero Lujuria", un relato en el que intenta tratar la festividad de la Virgen de la Candelaria, pero que, no sólo en mi opinión, sino en la de otros críticos, no logra alcanzar una genuina dimensión literaria del evento mencionado; la obra carece de muchos elementos que hacen de una novela interesante. Aún comparto la idea de que en Puno todavía no existe algún escritor que pueda crear una buena novela del evento en mención. Se encuentran muchas razones al problema, la primera podría ser que nuestro ambiente no es demasiado urbano, la segunda razón es que el autor se ve obligado a someterse al contexto festivo, es decir, no tiene libertad -aunque eso es culpa de su propia limitación, algo característico en el esritor puneño-; el condicionamiento de su libertad de crear no permite que se pueda narrar un relato en diferentes ámbitos, porque si sucediese eso, se pensaría que no se ocupa el tema central, el cual, en teoría debe ser la festividad. Es observable que aquella fiesta es aburrida para narrar una historia en el yugo de sus propios parámetros; no obstante, se puede superar ese problema alejándonos de ciertos convencionalismos axiológicos, esto es, de valoración en cuanto al deseo de realizar una obra de verdadera calidad.
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